¡Buenas noches, Miami! by Begoña Oro

¡Buenas noches, Miami! by Begoña Oro

autor:Begoña Oro [Oro, Begoña]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2014-09-01T00:00:00+00:00


MÁS SUCEDÁNEOS

Como también sucede con muchos hombres y mujeres en Miami, no hay forma de saber la edad de una palmera, el árbol de Miami. Si cortas una palmera por su tronco, no verás esos anillos delatores que permiten calcular la edad de un árbol. Esto sucede porque ni las palmeras son árboles de verdad, ni sus troncos, verdaderos troncos. Las palmeras son también sucedáneos, sucedáneos de árboles. Al falso tronco de las palmeras, que se caracteriza por no tener ramas, se le llama estípite, como un tipo de columna. Su interior no es de plástico pero tampoco de auténtica madera (no se puede hacer leña de la palmera caída). El estípite se va formando con los restos de hojas viejas. La palmera no se reinventa. La palmera crece sobre los restos de lo que fue.

No es tan fácil construirse una vida nueva.

Miami se construye sobre vidas de personas que emprenden una nueva vida, estípites que sueñan con alcanzar el cielo. No hay ciudad en el mundo en la que vivan más personas nacidas en otro país, o eso dijeron los de Naciones Unidas en 2007. En una ciudad que hace de lo sucedáneo su esencia, una ciudad que, por tener propiedades parecidas a las de otra, puede reemplazarla, brotan —restos de hojas viejas— la Pequeña Habana, el Pequeño Haití, la Pequeña Managua, la Pequeña Venezuela…

Cuando, en un taller sobre lectura que imparto a profesores, pregunto cómo se hacen las croquetas aquí, hay un primer momento de desconcierto.

—¿Aquí? ¿En Miami?, —preguntan extrañados.

Al final confiesan que ninguno es de aquí. La mayoría son cubanos. También hay profesoras españolas.

Entre risas, profesores y profesoras cubanos van rememorando las croquetas del cielo, esas tan densas que se pegaban al cielo de la boca; las de tubo («tuvo carne», «tuvo pollo», «tuvo jamón»…); las de ave, «averigua de qué son» (tal era la escasez del ingrediente que era todo un reto adivinarlo); las concretas, que tenían tanta harina que más parecían cemento, «concreto», como lo llaman aquí. Y nos reímos de lo que podríamos llorar, y da igual que seamos cubanos o españoles, o que vivamos en Zaragoza o en Miami, porque todos tenemos madres o abuelas que nos hicieron croquetas, y en el descanso de la charla, comulgamos con paella, invitación de la Agregaduría de Educación de Miami, y somos una sola carne (de pollo).

La expatriación, incluso la voluntaria —no digamos ya la forzosa—, es un terreno abonado para la nostalgia y no todos los huecos se rellenan con plástico, con silicona. El desgarro no se cura pero la nostalgia, ese vacío que se instala en el estómago y lo pellizca de vez en cuando, se rellena con cosas del estómago: croquetas que saben como las de mamá, fileticos de pollo empanizados, tostones, gallo pinto, 100 Montaditos —la franquicia andaluza que está triunfando en Miami—, arepitas rellenas, mondongo venezolano, nacatamal, arroz con porotos, tres leches, café cubano, porque, sí, al menos el café en Miami no es esa aguachirle que en Estados Unidos mal llaman café, no es un sucedáneo de café…

El café cubano es un sucedáneo de la patria.



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